viernes, 27 de noviembre de 2009

Fotos para el recuerdo I


En el patio de entrada del instituto posaron para el recuerdo los profesores y alumnos de la promoción  del curso 1974/75 del Trafalgar. Entre otros están Paco Mantencón, Mª Teresa de Nicolás, Cristina Alonso, Manuel Mercado, M. Álvarez de Toledo, el Padre Ramón, Javier Cejuela, Pura Saval, Leonor Malia Carpio, Paco Malia, Antonia Cardoso, Gloria Cortejosa Mera, Francisco Víu, Pilar Virués, Antonio Callado, Antonia Acuña, Mª Carmen Cardeñosa, Isabel García Iglesias, Beatriz Reyes, Juani Galindo, Luisa Mª García Salazar, Catalina Corrales Aragón, Juani Varo, Charo Abascal, Mª Carmen Malia, Carmen Sevilla, Aurelio, Conchi Malia, Ángela Altamirano Tello, A. Perea, Diego Robles y Antonio Aragón.

martes, 24 de noviembre de 2009

Noches flamencas en el Trafalgar



Por Esther Soler y Mª Carmen Rivera 

Allá por los años ochenta, entre febrero y marzo, aprovechando la celebración del Día de Andalucía, se dieron encuentro en nuestro centro muchos aficionados al cante flamenco. Cantaores y guitarristas de Barbate, junto a grandes figuras como Rancapino o M.Soto "Sordera", pisaron el escenario que se improvisaba en el salón de actos o en el patio, si el tiempo acompañaba. Fueron siete años, siete noches casi de primavera en las que los pinares amortiguaban el sonido de palmas, guitarras y quejíos del cante jondo. Cada año el espectáculo contaba con mayor número de asistentes: autoridades del ayuntamiento, peñas barbateñas, padres y profesores, pero en especial eran los alumnos los que cada vez iban llenando el aforo: al fin y al cabo era a ellos a quienes se dirigía el evento, a ellos, que constituirían en Barbate una nueva cantera de aficionados al flamenco.

El espectáculo, completamente gratuito, comenzaba a las diez o diez y media de la noche, duraba alrededor de tres horas –más para aquellos espectadores que se quedaban hasta altas horas de la madrugada charlando con los artistas-. Las emisoras de radio locales de Barbate y Vejer retransmitían el espectáculo y antes, durante y después del mismo la gente podía pasarse por la barra y probar alguna tapa. Por aquellos años el ayuntamiento colaboraba con pequeñas subvenciones y el Trafalgar ponía a disposición de los organizadores del evento las infraestructuras del centro y alguna cantidad para sufragar gastos.

Después de esos años las dificultades para celebrar la noche flamenca eran cada vez mayores: cambio de prioridades en los presupuestos y en las actividades culturales y académicas del centro, en definitiva, una iniciativa que en los noventa fue reduciéndose a la organización de espectáculos flamencos con los alumnos del nocturno,  hasta que, finalmente, desapareció.

Es posible que hoy en día recuperar esa tradición y retomar la iniciativa de celebrar una noche flamenca en nuestro instituto no tenga mucha aceptación entre nosotros, los alumnos, a pesar de que a muchos les gusta el flamenco, incluso están introduciéndose en el tema gracias al Proyecto Integrado “Flamenco y literatura de transmisión oral”.  O tal vez pueda que sí, que sea una buena idea: ha pasado mucho tiempo, la enseñanza ha cambiado, pero el flamenco es una forma de expresión muy vinculada a nuestro pueblo y, en cualquier caso, la convivencia entre profesores, padres y alumnos en torno a un acto cultural es, hoy por hoy, más necesaria que nunca.

No queremos cerrar este texto sin agradecerle a Antonio Casas, profesor de matemáticas de este centro y uno de los responsables de aquellas noches flamencas, que haya desempolvado sus recuerdos y con su charla amena y su buena memoria nos haya ayudado a reconstruir aquellas veladas.  Gracias también por cedernos la imagen: Rancapino al cante y Pedro Bacán a la guitarra.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Una brújula en el cajón

Por Olga Rendón

Al hacer limpieza puede ocurrir lo que nos ocurrió a los compañeros del departamento de lengua a principios de este curso, que se encuentren cosas escondidas en el fondo de un cajón que no se tenía ni idea de que existieran. El objeto en cuestión era un librito rectangular, con la pasta color burdeos y unas letras doradas, serias y pretenciosas en las que se leía: “Libro de actas”.


Iba ya la mano directa hacia la caja de reciclaje –esa es la inercia cuando uno hace limpieza entre montones de papeles acumulados- cuando decidimos echarle una ojeada, un último vistazo curioso antes de la quema. Nos reunimos en torno al ejemplar y, con lentitud, fuimos hojeando sus páginas: las fechas, las distintas caligrafías con distintos tonos de azul y negro, las firmas, nombres y apellidos de personas para nosotros totalmente desconocidas, que habían debatido temas, acordado soluciones, planteado propuestas…. durante las reuniones celebradas en el seminario de lengua en aquellos años ochenta. Esas páginas ya amarillentas recogían cierto tedio de oficiosas tareas burocráticas, encendidas polémicas sobre puntos candentes acerca del funcionamiento del centro, inventario de materiales para el departamento, proyectos de mejora, en definitiva un incesante trabajo en equipo.

Después de pasar sus páginas cruzamos una mirada que se traducía en impotencia: cómo vamos a tirar esto. No es una reliquia, no vale su peso en oro, no contiene datos relevantes, y sin embargo es un testigo mudo del trabajo de aquellos compañeros que nos precedieron, de sus logros y sus derrotas. Tirar ese librito era despreciar aquel esfuerzo, aquella ingente tarea que consistió en formar los cimientos de nuestro departamento, con consenso, buenas iniciativas y sentido común. De manera que lo guardamos. Y aquí está, custodiado en el cajón, como un amuleto, como una brújula que marca nuestro norte, recordándonos que nuestro trabajo no empezó de la nada, sino que tomó el relevo de otra generación de profesionales que dejó su huella en el Trafalgar.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Ocho estudiantes en barca



Curso 69/70. La imagen es una fotografía tomada el primer año de apertura del centro IES Trafalgar. Ocho jóvenes cruzan el río para trasladarse desde Zahara de los Atunes a Barbate; estrenan el nuevo centro educativo, pero el puente que une Barbate con el Laollá todavía no está construido; de manera que, como transporte escolar, hay que contar con una barca de remo llevada por un señor mayor, que acompaña a estos chicos todas las mañanas para luego por la tarde recogerlos y llevarles de vuelta a casa. Ahora vemos la foto en blanco y negro, las caras, las ropas de los estudiantes… y nos parece aquello muy lejano; sin embargo, podríamos ponernos por un momento en su pellejo e imaginar qué nos parecería si tuviéramos que cruzar ese río en pleno invierno, cuando amanece aún de noche, cómo sería atravesar sus aguas en pleno chaparrón y llegar al instituto con los zapatos calados y los calcetines chorreando, cómo aprender a aguantar el equilibrio los días de levantera, con los brazos sujetando fuertemente los libros escolares ¿es posible que alguno de ellos se cayera al agua?, cuántos días seguidos se quedarían en la otra orilla sin poder cruzar por culpa de una lluvia insistente. Y aún así, estos jóvenes madrugan cada mañana con obstinación, empeñados en aprovechar la oportunidad que se les brinda de formarse, de proyectar su futuro, de hacer realidad su empeño de querer ser alguien en la vida.
Los comienzos no son nunca fáciles, no lo fueron desde luego para estos ocho alumnos de Zahara, que inauguraron nuestro instituto hace ahora cuarenta años.
Samuel Núñez Benítez